No son buenos tiempo para pararte a pensar, para la contemplación, de degustar en silencio todo lo bueno y bello que nos rodea y envuelve.
Demasiado ruido, demasiada información, demasiado sufrimiento, demasiadas guerras...
Por eso necesito parar, aislarme, contemplar...
Y de eso va mi artículo de este lunes en Andalucía Información - Información San Fernando.
Jesús Rodríguez Arias
DÉJAME
CONTEMPLARTE
Contemplar que según dice el
diccionario es observar con atención, interés y detenimiento una realidad,
especialmente cuando es tranquila y placentera o cuando se hace con cierta
pasividad. Reflexionar serena, detenida, profunda e íntimamente sobre la
divinidad, sus atributos y los misterios de la fe.
Atendiendo a estas definiciones
puedo atreverme a decir que casi todo el mundo tenemos algo de contemplativos
pues a todos nos gusta detener la mirada en ese atardecer en el mar o el
colorido amanecer en la montaña, nos gusta mirar detenidamente un riachuelo con
su envolvente sonido, verdes campos o esas extensiones de tierra que pueblan
miles de girasoles. También esto nos pasa con los pueblos que atesoran especial
embrujo o con las grandes ciudades obra de la ingeniería humana.
Contemplar es abstraerte de
todo y de todos para dejar que tu ser más íntimo y personal se abra a la
belleza. Este ejercicio a la vez que necesario nos introduce en la plácida
tranquilidad que hace que sea más propicio a que brote en nuestro interior lo
que entendemos como reflexión personal tan inmensamente necesaria en un mundo
tan lleno de intoxicado ruido que nos aleja del necesario pensamiento.
Puedes contemplar, desde el mesurado
sosiego, tanto cosas, lienzos, fotografías, casas, lugares, una bella
escribanía, como personas porque también estas son depositarias de lo que
llamamos belleza. Contemplar desde el respeto y la educación nunca desde la
zafiedad.
La Fe en sí tiene mucho de
contemplación pues nuestros ojos se dirigen donde creemos encontrar a Dios. En
las imágenes sagradas que representan a Jesús y a María bajo distintas y
variadas advocaciones, en los sacramentales que no olvidemos son signos
sagrados, muchas veces con materia y forma, por medio de los cuales se reciben
efectos espirituales y que son actos públicos de culto y santificación como pueden
ser el agua bendita, la más importante, objetos religiosos bendecidos, cruces,
medallas, rosarios, y las “acciones” sacramentales como la bendición, ya que se
implora la protección de Dios, o la señal de la cruz.
Pero donde la contemplación
adquiere un sentido de sobrenatural trascendencia es ante el Santísimo
Sacramento del Altar ya sea en adoración ante SDM o resguardado en el
Tabernáculo. Allí, frente a Él, la contemplación adquiere su natural
significado pues da sentido a todo.
La primera vez que te sientas
ante el Sagrario no te enteras de nada pues estás más atento a las luces, los
candelabros, las velas, las flores, la iluminación, el entrar y salir de fieles
en la Iglesia… Es verdad que has rezado casi todo el repertorio con oraciones
aprendidas, pero tienes la sensación de que el tiempo allí se para y como no
estás acostumbrado no sabes que decirle a Jesús. Eso también nos pasa cuando
vamos a confesarnos, que como pensamos que no hemos cometido ningún pecado
verdaderamente grave nos preguntamos el que vamos a decirle al cura.
Contemplar poco, orar menos,
pero rezar en verdad has rezado. Te dices a ti mismo que el estar ahí largo
rato es un aburrimiento y decides que no vas a volver, que este tiempo lo
puedes donar ofreciendo otra clase de servicio a los más necesitados, a
iniciativas sociales, a la propia familia, o a las ocupaciones de uno mismo.
Pero, para tu sorpresa, al día
siguiente vuelves porque hay algo que te llama, porque, aunque no lo quieras
creer, ese rato que echaste delante del Santísimo degustaste lo que es en sí el
tranquilo sosiego y la paz más absoluta. Vuelves y le pides al Señor te ayude
para hacer día a día una adoración cada vez más contemplativa.
Por eso déjame contemplar un
amanecer en la montaña, observar las callejuelas de un pueblo o admirar lo que
fue la playa de la Casería con sus coloridas y pintorescas casetas de
pescadores que era un oasis en medio de la ciudad. Déjame recrearme en esa
pintura o en aquella fotografía que recoge un instante, admirarme de la lozana
belleza de la mujer, de cuanto bueno ha hecho el ser humano.
Contemplar para ser mejor
persona como lo fue San José que fue fiel a cuanto le encomendó el mismo Dios,
que desde el alejamiento de todo protagonismo fue la persona, junto a María,
que educó a Jesús.
Jesús Rodríguez Arias
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