Muchos son los cofrades, que
no capillitas, que durante el año escuchan marchas procesionales e incluso en
sus casas les gusta el incienso. Algunos los critican por tales prácticas e
incluso se ríen de ellos, aunque pienso que cada uno de nosotros le gusta rodearse,
así como vivir lo que le apasiona y eso no es motivo para burlarse de ello.
Por ejemplo, soy un verdadero
apasionado de la ópera, más concretamente de Giuseppe Verdi, y aunque ahora la
tengo algo abandonada debo reconocer que pasar un par de horas escuchando una
obra hasta entrar en las profundidades de esta por medio del bel canto y de la
majestuosa composición melódica que interpreta la orquesta, lo puedo llegar a
considerar uno de los placeres de la vida.
Disfruto mucho de la lectura,
así como de una buena y escogida tertulia al calor de un café o de la copa que
se tercie. No soy mucho de marchas procesionales, entono el mea culpa, aunque
algunas me las sé de memoria como Amargura, Nuestro Padre Jesús, La Madrugá, Ione,
Virgen del Valle, Rocío, Macarena, La Oración en el Huerto, Nuestro Padre Jesús
Nazareno, Jesús de los Afligidos, Pasión Cofrade, marcha dedicada a mi querido
hermano en la eternidad, José Valentín Moreno Fraile o Caridad para mi Hijo,
estas dos últimas de mi eterno amigo y reconocido músico como fue el gran José
Ribera Tordera. Cómo podréis observar soy de gustos clásicos.
El incienso para mí tiene
otras características ya que su embriagador perfume me acompaña durante todo el
año y no solo en cuaresmales fechas o en Semana Santa propiamente dicha.
Inciensos hay muchos y cada cual nos ofrecen un aroma distinto que nos lleva a
tal o cual calle, aquél paso de palio o de misterio.
Está situada a escasos tres
kilómetros de centro de la ciudad, es uno de los monumentos más impresionantes
del gótico final europeo y está construido sobre un antiguo palacio-alcázar
real. Fue fundado en el siglo XV como panteón real. El conjunto arquitectónico
aparece dominado por una iglesia de una sola nave, con ventanales flamígeros
decorados con vidrieras flamencas entre contrafuertes y un ábside poligonal.
Esta sobria Iglesia, levantada
para acoger los restos de los padres de Isabel la Católica, guarda en su
interior dos lujosos sepulcros reales esculpidos en alabastro y un
impresionante retablo realizado por Gil de Siloe. Cómo dato curioso de esta extraordinaria
obra artística es que los dorados de las esculturas fueron elaborados con el
oro traído por Cristóbal Colón tras su segundo viaje al Nuevo Mundo.
La Cartuja de Miraflores
representa una verdadera invitación a la meditación. Un paseo por el recinto y
el entorno permite apreciar la armonía entre la naturaleza y la piedra
convertida en arte e impregnarse de la espiritualidad y la paz que se respira.
Quiero destacar el Retablo
Mayor, una de las joyas del arte europeo tardogótico. Cuando a finales de
diciembre de 1499, Gil de Siloe, dejó asentando el retablo mayor de la Cartuja
de Miraflores se completaba un espacio que se convertiría en uno de los máximos
puntos de referencia del último gótico europeo. El tema central de la original
composición y del inusual contenido iconográfico del retablo gira en torno a la
monumental Crucifixión que preside el conjunto.
A este lugar fuimos a celebrar
la Santa Misa tanto el día de Navidad como de Año Nuevo de pasado año a las
diez y cuarto de la mañana con un frío de pelar. Los demás asistentes eran personas
que repetían año tras año. Fe recia es lo que se respiraba. Reconozco que ha
sido una extraordinaria experiencia espiritual el poder vivir días tan
destacados en la Cartuja de Miraflores.
Será por eso por lo que cuando
escribo me gusta deleitarme con el aroma de un incienso que traslada mis
recuerdos a un lugar donde se vive la Fe en estado puro.
Jesús Rodríguez Arias
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