Allá donde brillan más las
estrellas que iluminan el firmamento, es donde siempre permanecen en vela el
alma de los peregrinos eternos. Allá donde cada noche una dulce niña mira con
ternura al cielo, allá donde cada día de sus días pide que le ayude un hombre
bueno, allá reina el Amor, la paz y el sosiego, ese que no encontramos en este
descarnado mundo, ese que teniendo tan cerca nos parece tan lejos, ese que es
eterna morada de los corazones buenos, ese que cuida el apóstol San Pedro, ese que
Jesús nos prometió cuando Ascendió a los cielos, ese donde está Dios haciendo
realidad nuestros inabarcables sueños, ese donde María, Rocío que da frescor a
las mañanas y consuelo en los negros sueños, allá donde el Amor es Amor está
Sandra que desde ese sublime palco cuida a su hija Carmen, a José Luis fiel
marido y compañero.
Cuando esté leyendo este artículo muchos serán los que paso a paso caminan con dirección a la Aldea, donde se producirá de nuevo tan soñado reencuentro, donde la Madre Dios y de todos, nos espera con los brazos abiertos, pues Ella mejor que nadie es consoladora de los afligidos, salud de los enfermos, auxilio de los cristianos, Arca de la Alianza y Puerta del Cielo. Allí la Madre de Cristo y la Iglesia, Madre de la Esperanza por siempre Inmaculada tiene a Rocío como preciosa advocación que cada año por Pentecostés reúne a un millón de almas entre sudor y sacrificio, entre alegrías y palmas, buscando a quién de Dios se fio y dio al mundo al Pastorcito Divino.
El tamboril antecede a
peregrinos, carretas, excelsos caballos, todos acompañando al Simpecado en días
largos de calor caminando entre tortuosos arenales y de noches demasiado cortas
donde la oración se hace cante, donde la alegría rompe el cansancio, donde
todos anhelan llegar a los pies de la Virgen del Rocío para depositar sus
plegarias, sus pesares, gratitud, mientras encomiendan a los suyos. Ojos
impregnados en lágrimas bisbisean una oración, sacando fuerzas donde no las
hay, allí de pie, sus ojos permanecen fijos ante la Madre de Dios, de allí no
los mueve nadie, ya descansarán cuando desaparezca el sol y la noche se haga
madrugada.
Algo tiene el Rocío que el que
va se enamora, no vuelve a ser el mismo, depositando un trozo del alma quedando
por siempre en el Santuario que no ha perdido el sabor a Ermita. Nunca he ido
al Rocío y he tenido oportunidad pues mi querido amigo y hermano Antonio
Garnárez Acosta, me ha invitado mil veces. Alguna vez tendré que hacerlo más
pronto que tarde. Leyendo estos versos de Juan Ramón Jiménez veo a los romeros
que con Esperanza caminan al encuentro de la Virgen y del eterno Pastorcito.
El tambor llama a la flauta/ vamos
a bailar María/ que tus pies alegres pisen/ las flores que mis pies pisan.
Jesús Rodríguez Arias
No hay comentarios:
Publicar un comentario