lunes, 2 de junio de 2025

Rocío

 



Allá donde brillan más las estrellas que iluminan el firmamento, es donde siempre permanecen en vela el alma de los peregrinos eternos. Allá donde cada noche una dulce niña mira con ternura al cielo, allá donde cada día de sus días pide que le ayude un hombre bueno, allá reina el Amor, la paz y el sosiego, ese que no encontramos en este descarnado mundo, ese que teniendo tan cerca nos parece tan lejos, ese que es eterna morada de los corazones buenos, ese que cuida el apóstol San Pedro, ese que Jesús nos prometió cuando Ascendió a los cielos, ese donde está Dios haciendo realidad nuestros inabarcables sueños, ese donde María, Rocío que da frescor a las mañanas y consuelo en los negros sueños, allá donde el Amor es Amor está Sandra que desde ese sublime palco cuida a su hija Carmen, a José Luis fiel marido y compañero.

Cuando esté leyendo este artículo muchos serán los que paso a paso caminan con dirección a la Aldea, donde se producirá de nuevo tan soñado reencuentro, donde la Madre Dios y de todos, nos espera con los brazos abiertos, pues Ella mejor que nadie es consoladora de los afligidos, salud de los enfermos, auxilio de los cristianos, Arca de la Alianza y Puerta del Cielo. Allí la Madre de Cristo y la Iglesia, Madre de la Esperanza por siempre Inmaculada tiene a Rocío como preciosa advocación que cada año por Pentecostés reúne a un millón de almas entre sudor y sacrificio, entre alegrías y palmas, buscando a quién de Dios se fio y dio al mundo al Pastorcito Divino.


El tamboril antecede a peregrinos, carretas, excelsos caballos, todos acompañando al Simpecado en días largos de calor caminando entre tortuosos arenales y de noches demasiado cortas donde la oración se hace cante, donde la alegría rompe el cansancio, donde todos anhelan llegar a los pies de la Virgen del Rocío para depositar sus plegarias, sus pesares, gratitud, mientras encomiendan a los suyos. Ojos impregnados en lágrimas bisbisean una oración, sacando fuerzas donde no las hay, allí de pie, sus ojos permanecen fijos ante la Madre de Dios, de allí no los mueve nadie, ya descansarán cuando desaparezca el sol y la noche se haga madrugada.

Algo tiene el Rocío que el que va se enamora, no vuelve a ser el mismo, depositando un trozo del alma quedando por siempre en el Santuario que no ha perdido el sabor a Ermita. Nunca he ido al Rocío y he tenido oportunidad pues mi querido amigo y hermano Antonio Garnárez Acosta, me ha invitado mil veces. Alguna vez tendré que hacerlo más pronto que tarde. Leyendo estos versos de Juan Ramón Jiménez veo a los romeros que con Esperanza caminan al encuentro de la Virgen y del eterno Pastorcito.

El tambor llama a la flauta/ vamos a bailar María/ que tus pies alegres pisen/ las flores que mis pies pisan.

Jesús Rodríguez Arias


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