Lunes 23 de diciembre, ya se ha celebrado el tradicional sorteo de la Lotería, ya habrán algunos millonarios...
Lunes 23 de diciembre que es preámbulo de la Nochebuena que da pie a la Navidad...
Y hoy vuelvo a mi tradicional Cuento de Navidad donde escribo esa historia, la que la divina inspiración ha dado a entender, para desearos de esta forma todo lo mejor en esta fecha tan única, tan especial como es la celebración del Nacimiento de Jesús.
Os dejo con Lelo...
FELIZ NAVIDAD A TODOS SIN EXCEPCIÓN.
Jesús Rodríguez Arias
LELO
Él sabía que cuando en la
calle y en el pueblo donde vivía desde los pequeños a los mayores le decían
Lelo no era en tono peyorativo sino lleno de cariño porque Lelo era el
diminutivo de abuelo y es que Sebastián lo era un poco de todos.
Sebastián llegó al pueblo
rozando la treintena, venía contratado por el Ayuntamiento para que organizara
ese entuerto urbanístico que se había convertido el lugar tras años y años sin que nadie pusiera coto a
ciertos desmanes. Él era un joven y
apuesto arquitecto que llegaba de la capital más solo que la una con la única
compañía de una vieja maleta, regalo de su madre Asunción, y con la ilusión por
bandera.
Su vida transcurría entre las
muchas horas que pasaba en el despacho que le habilitaron en el Ayuntamiento,
justamente el cuarto que siempre ocupó Juan el
alguacil y que está vacío desde que muriera un año atrás, sus paseos
midiendo, observando, estudiando y escudriñando con la mirada todo el entramado
de casitas con tejados uniformes, coquetas calles o las cañadas reales que
serpenteaban el pueblo y que cuando llegaba la trashumancia se llenaban de
cabras y ovejas con sus olores, colores y sonidos… Sebastián no tenía apenas
tiempo para él porque su trabajo era arduo y sólo los viernes se permitía
descansar por la tarde cuando iba a casa de Don Marcelo, el farmacéutico,
que era el hombre más ilustrado del
lugar y desde hace más de quince años su cronista oficial. Gracias a esas horas
de enseñanzas, tertulias, conversaciones, al calor de la chimenea y un buen
pacharán el joven arquitecto empezó a conocer de verdad el lugar donde vivía y también comenzó a
amarlo.
De esas visitas conoció a
Carmela, hija de Don Marcelo, y lo que son las cosas: ¡Se enamoraron! Diez años
después de un noviazgo de la época se casaron frente a la capilla de la Patrona
que hace dos siglos está entronizada en
la vieja ermita a las afueras del pueblo.
Sebastián venía de una familia
algo descreída, él también lo era cuando llegó, pero al conocer al pueblo, sus
habitantes, a la amistad con el viejo cronista y enamorarse de Carmela fue
conociendo también lo que es la Fe, empezó a saborear con inmensa alegría la
Esperanza de saberse también hijo de Dios. Sebastián y Carmela no tuvieron
hijos, lo intentaron pero no pudo ser, pero eso no hirió su relación sino que
la afianzó aún más.
Sebastián con los años terminó
el trabajo por el que había sido contratado pero antes ya se había preparado
las oposiciones que sacó para la plaza de arquitecto que tendría competencia en
toda la comarca pues el pueblo al ser pequeño no podía permitirse ese
dispendio. Sebastián y Carmela se dedicaron a servir a todos sin excepción y lo
mismo los veías dando clases a los niños que no podían pagarlas que haciendo un
estudio para las parejas que habían comprado un terrenito para hacerse su nido
de amor y que por supuesto no les cobraba nada. La Navidad era una fiesta muy
íntima y a la vez especial pues en su casa todos se reunían a comer lo que
hubiera para después cantar Noche de Paz justo antes de ir a la Iglesia donde
el Padre Don Cosme les esperaba para celebrar la Misa del Gallo.
Ya ni se acuerda cuando
empezaron las lagunas de memoria, ya no se acuerda casi de nada y nadie. La
única que recuerda es a Carmela, su mujer, su vida, la que le acaricia el ralo
pelo cano antes de dormir o le coge la mano mientras ella ve la televisión.
Solo se acuerda del amor que le ha dado,
que han compartido, y aunque unos dicen que está senil y otros se aventuran a
pronosticarle alzheimer él retiene en su escasa memoria solo Amor, el de
Carmela así como el de ese pueblo al que llegara solo y muy joven para quedarse para siempre.
Se oye mucho jolgorio, es
Tomás, el cartero, con sus hijos y nietos, que llevan celebrando juntos la
Nochebuena hace más de treinta años y aunque Lelo no recuerda casi nada de la
Navidad, será porque es Amor, sí se acuerda.
Feliz y Santa Navidad a todos.
Jesús Rodríguez Arias
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