Estamos a días de vivir una nueva Navidad, distinta pero sin perder la raíz de lo que es la celebración. Será una Navidad, como todo el resto de este maldito año 2020, que recordaremos siempre el que se lo pueda permitir.
Y como ya va siendo tradicional hace muchos años mi tribuna de opinión en Andalucía Información de estas fechas es un Cuento de Navidad.
Esperando os guste y sobre todo os haga pensar.
Jesús Rodríguez Arias
REFLEJOS
DE NAVIDAD
Algún día tendré que hacer
examen de conciencia, se decía Pelayo a veces, pero nunca llegaba el día. Será
porque no le apetecía enfrentarse cara a cara con su pasado, será porque sabía
muchas cosas les iban a dar ese resquemor que tienen las heridas que no
llegaron nunca a cicatrizar, será porque a lo mejor y en el peor de los casos
no ha hecho las cosas tan bien como debiera. Lo cierto es que si había una
fecha en el año que más temía era precisamente la Navidad porque es cuando te
encuentras con los recuerdos en cualquier recoveco y eso es lo que él no quería.
Próximo a cumplir los setenta
puede decir que ha tenido una buena vida, que ha hecho siempre lo que ha
querido y también lo que le han dejado. Sus padres Ignacio y Pastora le
inculcaron esos valores que son propios en un hogar donde el cabeza de familia
es militar, concretamente marino. Virtudes que les enseñaron casi desde la cuna
a él y sus cinco hermanos, ya solo le viven dos, y con las cuales creció. Tuvo
un hogar ciertamente itinerante pues D. Ignacio, que es como le llamaba todo el
mundo, cada cierto tiempo tenía que hacer el petate y montar su hogar en
distintas ciudades de la geografía española incluso llegando a destinos
internacionales como Bruselas o Estados Unidos. Si una cosa tenía Pastora es
que donde estaba el marido estaba su familia. Gracias a esa itinerancia de vida
Pelayo nunca llegó a echar raíces en ningún lado, nunca llego a tener amigos de
verdad, aunque aprendió mucho, conoció a mucha gente, le hizo tener una mente
más abierta, amén de hablar varios idiomas que para los años que le tocó vivir
no era para nada moco de pavo.
Estudió arquitectura profesión
a la que ha dedicado su vida, su estudio y un prestigio internacional. Ganó
mucho y también gastó mucho, vivió demasiado y ahora se da cuenta que no ha
valido para nada correr tanto.
Se casó con Charo, una
preciosa sevillana que destacaba en la abogacía y como buena pareja de la época
se dedicaron a atesorar mucho para después darse cuenta de que nunca tuvieron
nada. No eran mucho de Iglesia y por supuesto en Navidad, mientras sus
respectivas familias se reunían, viajaban a otros lares para conocer otras
culturas despreciando con su actitud la propia suya. Anselmo y Paca, los padres
de Charo, eran personas muy humildes que trabajaban en el campo y que con
demasiados esfuerzos pudieron pagar la carrera a la “niña”. Pelayo piensa que
nunca llegó a gustar del todo a sus suegros porque lo veían un yupi de esos muy
trajeados y que hablaba muy “fino”.
Ricardo es el único hijo de
Pelayo y Charo que fue quién pagó el pato del prestigio internacional y del
inmenso trabajo de sus padres pues se pasó la vida internado en colegios
carísimos que impartían la excelencia académica pero no el cariño ni el amor de
unos padres, de una familia. Ricardo creció, se hizo hombre, e ingresó en la
Escuela Naval de Marín, para orgullo de su abuelo Ignacio, y ahora es capitán
de corbeta con destino en San Fernando donde ha hecho una preciosa familia
junto a Lola y sus tres hijos.
Pelayo sufrió en sus propias
carnes la crisis económica, perdió ingente cantidad de dinero, tanto que
incluso fue eliminado de las listas de los que son influyentes. Fueron años
demasiados duros que hizo viera cuantos errores había cometido. Había
sacrificado a su propia familia por el maldito interés.
Hace unos años decidió dar
carpetazo para comenzar nueva y definitiva etapa con Charo, el gran amor de su
vida, en La Isla que lo vio nacer. Viven un poco alejado de todo y todos, en un
bonito chalé que casi siempre está demasiado vacío. Este año, como cada
Nochebuena y Navidad, la pasarán en soledad.
Saben que este año serán unas
navidades virtuales, saben que ellos tampoco pueden pedir peras al olmo. Lo que
no saben es que tras el timbre que suena rompiendo el silencio de la Nochebuena
están Ricardo, Lola y sus nietos, lo que no saben es que también para ellos hay
Navidad.
Con mi tradicional cuento os
deseo a todos una Feliz y Santa Navidad.
Jesús Rodríguez Arias
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