Todo lo que nos rodea nos envuelve en las malas noticias de la propagación del Covid, de la ruina económica y empobrecimiento de los españoles, de las continuas medidas y restricciones, de la desvergüenza de tantos...
Por eso he detenido el paso, he cerrado los ojos, y me he acordado de "las babuchas de mi madre" y me he puesto a escribir de esa infancia tan lejana en años y tan cercanas por los recuerdos...
También aprovecho para hacer una puntualización sobre mi anterior artículo en el que hablaba de esas palabras de nuevo cuño que intoxican, se mire por donde se mire, el lenguaje.
De todo eso va mi tribuna de todos los lunes en Andalucía Información que no es poco...
Jesús Rodríguez Arias
LAS
BABUCHAS DE MI MADRE
Las babuchas como las de mi
madre servían para abrigar los pies así como de arma disuasoria que cuando
éramos niños se usaban con especial destreza para poner fin a una desobediencia
por nuestra parte o finalizar una discusión. La autoridad de la madre en cada
casa era inapelable para sus vástagos y cuando los niños o niñas salían
demasiados respondones y que tras recibir el pertinente babuchazo seguían en
sus treces se escuchaba la temida frase: ¡Verás cuando venga tu padre y le
cuente lo que me habéis hecho sufrir! Cosa que casi nunca ocurría pues la
figura paterna era muy respetada ya que los padres ejercían de padres y no como
el “mejor” amigo de estos actuales tiempos. Todo se solucionaba con el
correspondiente y maternal castigo de no salir a jugar en varios días a la
Plazoleta del Carmen o por las Callejuelas con la pandilla.
Suelo recordar con amigos de
mi generación e incluso algunos más jóvenes la presteza que tenían nuestras
madres a la hora de tirar la babucha pues siempre le daban al objetivo aunque
corrieras delante y giraras en el pasillo ésta también lo hacía mientras notabas
el golpe. La verdad es que el babuchazo físicamente no te causaba dolor alguno,
lo que sufría era nuestro orgullo por haber perdido de nuevo la batalla de
llevarle la contraria a nuestras madres.
Algunas veces, cuando ella
salía, reconozco que las cogía para estudiarlas porque me quemaba una cuestión:
¿Por qué cuando giro en el pasillo la babucha también lo hace? En mi inocentona
mentalidad pensaba que tendría algún artilugio electrónico porque no me lo
podía explicar. Al final descubrí que este calzado era de paño descolorido con
suela de goma gastada y el hecho de que cobrara vida propia cuando era
utilizada por mi madre era por la presteza con la que la utilizaba.
Cuando pasan los años y
navegas por la adolescencia te olvidas de estos detalles tan de uno y hogareños
a la vez. Es en la madurez de la vida cuando los recuerdos de la siempre añorada
niñez se te vienen a la mente y con estos indefectiblemente las babuchas de
nuestras madres.
No conozco a ningún niño de mi
generación, de las anteriores e inmediatamente posteriores que sufran traumas
por la educación en valores recibida en cada hogar donde los padres eran padres
y no colegas. En los años de mi infancia los amigos eran amigos y nuestros
padres eran nuestros padres que estaban en un lugar de preponderancia superior
a todas nuestras demás relaciones. Virtudes que se inculcaban en las casas y
valores que se transmitían también en los colegios han hecho los hombres y
mujeres que hoy somos.
Hace tiempo que reconozco el
valor curativo de las babuchas pues cuando te las pones aparte de la comodidad
te relajas porque sabes que ya estás casa.
Cuando termine de escribir
este artículo me pondré las mías y me sentaré a leer un buen libro junto a la
chimenea pero antes de que eso ocurra quiero hacer una referencia a mi tribuna
de la semana pasada dedicada a esas palabras de nuevo cuño que azotan nuestro
lenguaje.
No me podía ni siquiera
imaginar la cantidad de personas que se han sentido aludidas por este artículo.
Llamadas y mensajes preguntándome por qué he escrito lo que he escrito me da
mucho que pensar. La verdad es que sentirse aludido por utilizar la expresión
“mermelada de fresa” u “holi” a modo de salutación, asentir con un “okis”, afirmar
con un “esto es aceite de oliva” algo que gusta mucho, que se van de “jajás” o
hablan “sin filtros” aunque por ello den “un zas en toda la boca” me parece cuando
menos curioso y que pidan “oportunas” explicaciones por lo escrito redunda más en
mi opinión. Reconozco que no lo escribí pensando en alguien en concreto pues os
confieso que nunca creí que nadie se diese por aludido ante esta irónica crítica
de este “nuevo” lenguaje que no lo entiende ni la madre que lo parió.
Al final por intentar ser un
“cabalito” te conviertes en un sinsajo aunque me es muy curioso el comprobar
que ninguno de los “ofendidos” se consideren “mierder”.
Algo es algo…
Jesús Rodríguez Arias
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