¿Qué está pasando? ¿Qué nos está pasando?
En mi tribuna de todos los lunes intento hacer un reflexivo análisis sobre nuestro comportamiento ante las sucesivas "olas" de esta maldita pandemia del Coronavirus.
Jesús Rodríguez Arias
NOS
ESTAMOS ACOSTUMBRANDO
Que el ser humano es un animal
de costumbres es tan cierto como que ahora mismo estás leyendo esta tribuna. Si
no observa el comportamiento de los demás e incluso el tuyo cuando por ejemplo
viajas en el tren e intentas sentarte en el asiento de tus preferencias ya sea
en el pasillo o en la ventanilla. Esto también ocurre en el autobús. Recuerdo
los años que cogía todos los días el tren de Jerez a San Fernando, para ir al
trabajo, y viceversa que los viajeros fijos ocupábamos siempre el mismo lugar y
cuando este estaba ocupado todos poníamos un gesto de contrariedad. Dos
ejemplos pero hay más pues en cada día de nuestras vidas se suceden los gestos
y hechos a los que estamos acostumbrados.
Nos acostumbramos a lo bueno y
a lo malo aunque nos cueste un poco más. Esto, desgraciadamente, está
sucediendo con la pandemia del Coronavirus y las sucesivas olas que nos van
invadiendo.
De marzo a finales de mayo, en
pleno confinamiento, nos imponía todo cuanto tuviera que ver con el virus.
Sufríamos ante la ingente cantidad de personas que se contagiaban, muchos
sanitarios, miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, FF.AA.,
sacerdotes…Se nos encogía el corazón con la cantidad de personas que fallecían
a diario. Teníamos miedo a ese mal desconocido, sus consecuencias generales y
también en los más cercanos, teníamos respeto, éramos agradecidos con los que
luchaban en primera línea de batalla y un día sí y otro también nos
conjurábamos que cuando pudiéramos salir seríamos más respetuosos y solidarios
con el fin de erradicar este dichoso mal que tanto dolor, muerte, enfermedad y
desesperación estaba causando.
Pero el ser humano, que es un
animal de costumbres, también tiene la memoria muy frágil y claro en cuanto nos
abrieron las puertas y salimos se nos olvidó toda esa retahíla de buenas
intenciones que un día sí y otro también manifestábamos tanto en público como
en privado.
Llegó el verano, el calor, la
playita, el campo, la sierra, y la marea humana se iba expandiendo sin respetar
ni las normas ni la salud del resto. De ahí que hubiera playas atestadas y
cerradas a primera hora de la tarde, pueblos y campos invadidos para el
particular disfrute de cada cual como si no hubiera un mañana. Después llegó la
segunda ola con más contagiados, más muertos, más familias destrozadas, más
paro y empobrecimiento aunque eso no fuera óbice para que en el puente del
Pilar se vieran vergonzosas escenas de senderos colapsados por turistas y
pueblos en los que no se podía ni siquiera caminar un palmo sin tropezarse con
un semejante.
Llegaron de nuevo las
restricciones, cierres perimetrales, sanciones mientras se escuchaban voces
discordantes enarbolando la bandera de la libertad secuestrada por la autoridad
pertinente sin pensar para nada en el grado de culpabilidad que teníamos los
ciudadanos.
Vino la Navidad con una
flexibilización de las medidas restrictivas y hubo muchos que de nuevo hicieron
caso omiso a las indicaciones. De ahí las vergonzosas imágenes, que han salido
hasta en los informativos nacionales y regionales, de una gran cantidad de
personas arremolinadas en la calle, sin guardar la oportuna distancia y muchas
de ellas con la mascarilla bajada, mientras tomaban algo en los
establecimientos de hostelería que en muchos casos se vieron desbordados.
Resultado: La programada tercera ola, en la que estamos inmersos, y que está
siendo más beligerante que las anteriores. Miles de personas contagiadas,
cientos de muertos al día en toda España, familias destrozadas y la ruina del
país en todos los ámbitos y sectores.
Vuelven las duras
restricciones, que acogemos con mala cara, aunque sepamos que los hospitales ya
casi no tienen capacidad para atender a tantos enfermos del Covid ya sean en
las habitaciones o en las ucis. Los sanitarios pidiendo medidas a los
respectivos gobiernos y exigiendo a la ciudadanía que sea prudente y en la
medida de sus posibilidades se quede en casa…
¿Por qué pasa esto? ¿Por qué
actuamos así? Pues porque muchos se han acostumbrados a todo cuanto rodea al
virus o porque sufrimos agotamiento por fatiga pandémica que hace nos relajemos
más de la cuenta ante las normas establecidas para luchar contra el maldito
Coronavirus.
Jesús Rodríguez Arias
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