Haberlos, haylos y además seguro que a conoces a unos cuantos a los que pones cara, nombre y apellidos.
El chismorreo y la envidia, que van cogidas de la mano, son dos males endémicos de nuestra sociedad.
En este caluroso lunes he querido escribir desde un punto de vista irónico de los que se dedican a chismorrear a diestro y siniestro.
Jesús Rodríguez Arias
CHISMOSOS
Dícese de los que tienen la
lengua prestada, de los que siempre hablan de oídas, que promueven las medias
verdades que al fin y al cabo se convierten en enormes mentiras.
Los puedes encontrar en
comunidades de vecinos, barrios, pueblos, ciudades, asociaciones, particulares
e incluso entre amigos y familiares. En todo lugar donde haya un chismoso se
enaltece los errores que ven en el otro y se minimiza las virtudes haciendo que
lo que debería ser la normal convivencia se convierta en un campo de minas donde
las víctimas siempre son los demás.
Los chismosos suelen estar muy
atentos a lo que pase a su alrededor y no porque se preocupen del resto, en el
sentido humanista, sino porque lo que ven y observan, sea cierto o no, se
convierte en tema de conversación entre sus cercanos.
El chismorreo aparte de la
envidia es uno de los males que tenemos en nuestra sociedad pues a casi todos
les gusta darle a la sin hueso poniendo a parir a aquellos que no están delante
para defenderse de los hechos que les imputan aquellos cobardes que tergiversan
o agrandan de forma negativa el motivo de sus circunloquios. Los dados a este
emputecido arte deben tener cuidado ya que si se muerden pueden envenenarse de
la mala baba que atesoran.
El chismoso critica sin
ambages a los demás, aunque tanto él, ella, como su parentela quedan excluidos y
por lo tanto se convierten en intocables. Si algún familiar no es de su agrado es
peor tratado que incluso el más feroz de sus “enemigos”.
El chismoso no entiende de
raza sexo, género, si es binario o lo contrario, religión, e incluso profesión.
Los hay en todos los sitios y lugares donde uno se pueda imaginar y son bestialmente
peligrosos porque sus envenenadas lenguas pueden proferir cualquier cosa que
denigre destrozando el honor, el prestigio, y la respetabilidad, de aquellos a
los que tienen ojeriza obsesión.
En el trabajo podrían
encuadrarse dentro de la categoría de pelotas que, por agradar a sus
superiores, por conseguir inmerecidos ascensos, por ser bien mirado por la
jefatura, son capaces de hacer y decir lo que sea de sus compañeros a los que
deja siempre en mal lugar. Haberlos, haylos y todos conocemos algunos.
En el terreno de la política
es más generalizado pues para estar en la pomada hay que ejerce el chismorreo
como parte del argumentario. Todos no entran en este círculo y por eso mismo
pasan desapercibidos.
En la Iglesia también existen
y están dentro de lo que conocemos como beatos, personas que critican a diestro
y siniestro mientras se dan sonoros golpes de pecho. Son aquellos que son
capaces de vender hasta lo más sagrado por auparse en su putrefacta gloria. Ya
lo dice el refranero popular: “En casa del beato no te dejes el jato”. Los
beatos también beatas, tanto monta como monta tanto, son aquellas personas que
se creen estar por encima de los demás feligreses ya que tienen un hondo
sentido de pertenencia no tanto de la institución sino del espacio físico del
templo. Gracias a estos muchos no entran ni participan ya que lo primero que se
encuentran son la beatitud agria de sus caretos que cuestionan, con una
autoridad que no tienen ni les ha sido conferida, a todos los que no
pertenezcan a su “círculo”.
Que en España gustan los
chismes solo hay que encender la televisión o echar un vistazo en las redes
sociales donde anidan quiénes los crean y divulgan, aunque no todos somos
chismosos y nos gusta darle a palique criticando a los demás. Muchos somos los
que nos dedicamos a vivir nuestra vida, los que intentamos por todos los medios
no meternos en la de los demás, ofreciendo respeto a la libertad individual como
sacrosanta norma de convivencia y conducta.
Los que vivimos cada día con
intensidad espiritual, física e intelectual no tenemos tiempo para perdernos en
esas tediosas zarandajas del “me dijo, me dijo”. Eso no quiere decir que los
chismosos no hablen de nosotros incluso nos criticarán con más inquina que a
los demás ya que no hay mayor desprecio que no hacer afecto.
En fin, ellos mismos…
Jesús Rodríguez Arias
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