Y cerré la puerta pero no tiré la llave...
Este lunes mi semanal tribuna en Andalucía Información - Información San Fernando es muy personal y ciertamente intransferible.
Jesús Rodríguez Arias
Y
CERRÉ LA PUERTA
Pero no tiré la llave, la
guardé en sitio seguro por si alguna vez tenía que volver a utilizarla. Cerré
la puerta a la vida que había conocido para empezar una nueva completamente
diferente. Cerré la puerta cogiendo carretera y manta que me llevaría a esos
lares soñados.
Desde final de febrero del
pasado año que me viniera a Villaluenga del Rosario no he vuelto a irme. Este
pequeño pueblo que está encaramado en lo más alto de la provincia de Cádiz y es
el de menos habitantes de la misma es el lugar que hemos escogido para comenzar
una vida completamente distinta a la que estábamos inmersos. Una vida donde la
tranquilidad, el sosiego, la hospitalidad, sentido de vecindad, la deseada
soledad se encuentra y también se goza.
Es inmensamente necesario el
poner tierra, montañas en mi caso, de por medio, si te lo puedes permitir,
porque eso te hace ver todo desde esa lejanía tan necesaria siempre. Para llegar a este punto tienes que haber
sufrido una verdadera transformación en tu forma de pensar y de entender la
vida.
Una de las cosas que más se
admira y también se cuestiona mi querido Ángel Revaliente, histórico periodista
jerezano e ilustre hermano de la Redención Salesiana, con el que me une una
buena amistad es precisamente el cómo hemos podido pasar de una vida social muy
intensa, y en verdad la hemos tenido, a una totalmente alejada de la marabunta
político, social y cultural donde estábamos inmersos. Pienso que la enfermedad
que he padecido y sus secuelas han ayudado bastante pero también porque Dios en
el momento adecuado te hace ver que tienes que parar porque la rutina de
compromisos hace que incluso abandones tu vida personal y familiar con todo lo
que eso conlleva.
Pero de ahí a pasar a ser casi
un eremita hay un gran paso porque os debo confesar que por cada día que pasa
me es más complicado el poner los ojos en el mundo, en ese que está tras la
montaña, donde el interés y el tanto tienes, tanto vales siguen prevaleciendo,
donde lo material parece subyugar a lo espiritual, donde los valores con los
que fuiste educado se venden a precio de saldo, donde el ser coherente con tus
principios, el basar tu existencia en ese código de honor que pasa de padres a
hijos como la mejor de las herencias, te hace ser un bicho raro, una persona
criticada por propios y extraños, un ser que es condenado al ostracismo más
absoluto con el fin de que deje de molestar. Sí, cuando llegas a ese punto y
ves claro lo que es la “vida” estás preparado para cambiar y vivir la tuya.
A estas alturas prefiero un
buen rato de conversación con buenos y escogidos amigos que perder el tiempo
con gente que no me aporta absolutamente nada. Prefiero vivir en esa sencillez
y humildad que me enseñan los vecinos de este bendito pueblo, prefiero leer
luengas horas, escuchar música, pasear, escribir, orar, pensar o admirar como
cambia el paisaje que tengo ante mis ojos según pasan los minutos, los días,
las estaciones del año, que estar atento al último escándalo político, el “bajunerío”
de los programas de televisión, las pataletas cofrades, o los chismorreos de
ida y vuelta.
Cada día me considero más
alejado de ese mundo que dejamos hace más de un año y más integrado en el que
hemos elegido voluntariamente. Sí, cada día que pasa me siento más ermitaño tal
y como me dice muchas veces mi querido amigo y vecino, hombre de vasta cultura,
José María Bohórquez cuando estamos en una de nuestras fructíferas
conversaciones en La Atalaya al calor de una buena copa de vino.
Os reconozco que echo de menos
muy poco. Las personas que quiero de verdad, las que siempre han estado, están
y estarán en mi vida hasta el final sí las extraño.
Mostrar mi gratitud a este
medio por esta semanal tribuna que se ha convertido en el necesario eslabón que
me une en tiempo real con La Isla y también con el mundo.
Dar gracias a Dios y a
Hetepheres por permitirme vivir a mí manera mientras sigo guardando la llave de
una puerta que se cerró para siempre.
Jesús Rodríguez Arias