Vivimos en una sociedad
dependiente a la electricidad, a estar permanentemente interconectados,
enganchados a las redes sociales, y cuando ocurre un apagón como el del pasado
lunes se viven situaciones de pánico generalizado. Punto a parte son los casos importantes
como las situaciones que se viven en hospitales, enfermos que necesitan de un
aparato eléctrico para vivir, el caos que produce en la ciudad, la circulación,
en la educación, los negocios y empresas, así como en los propios trabajadores,
quedarse encerrado en un ascensor, en los trenes…
En el pueblo en el que por
ahora residimos va todo un poco a contracorriente ya que este hecho, de suma
importancia para el resto del mundo, se vivió por estos lares con calma chicha
y salvo las empresas, locales de hostelería, consultorio médico y farmacia,
ganaderos, los demás estaban más preocupados por lo que tenían metido en el
congelador y hacer la comida, como dijo un chiquillo al salir del colegio:
“¡¡Hoy nos jartamos de bocaíllos!!”.
Esta situación, a nivel
general, hubiera sido distinta sino es gracias a los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado, FF.AA., servicios sanitarios y de emergencias, la mayoría
de las autoridades, y el ejemplar comportamiento de los ciudadanos.
Pertenezco a una generación a
los que la luz se les iba cada dos por tres. Que hemos encendido velas durante
noches y noches, que la vida la hacíamos en casa, pero sobre todo en la calle
donde con nuestros amigos del barrio jugábamos al fútbol, al coger, a los bolindres…
Eran otros tiempos, pero benditos fueron. La televisión, en blanco y negro, se
veía unas horas muy determinadas del día y no todos los programas eran aptos
para todo el mundo. La radio se escuchaba siempre. Todavía recuerdo a mi madre,
por la tarde, escuchando en la vieja radio verde, porque de ese color era la
carcasa, a Elena Francis o tarareando alguna canción de Antonio Machín. Vivíamos
en una sociedad en blanco y negro pero que cada uno de nosotros nos empeñábamos
en darle color.
Esa parte de la juventud que
está literalmente enganchada a lo tecnológico y cibernético debe haberlo pasado
fatal. Conozco a unos cuantos jóvenes que casi no salen de su casa, el color de
su tez es blanquecina tirando a monjil, que emiten sonidos onomatopéyicos que
parecen hablan mediante algoritmos que reconozco no soy capaz de entender.
Problema aparte es el denominado niño rata, casi no sale de su habitación
enganchado a internet y videojuegos, que creen tener la verdad absoluta. No se
les puede contradecir porque se alteran, ven tutoriales para encontrar trucos,
deben ser el centro de atención, gustos en redes sociales.
El apagón nos dejó a oscuras y
tendrá sus lógicas consecuencias o al menos así debería ser. ¿Pero a nosotros,
a nuestro yo interior, también nos dejó a oscuras? Si es así, a lo mejor habría
que buscar más lo espiritual y dejar lo material que nos consume y hace presos
aparcado de nuestras vidas.
Jesús nos exhortó a ser luz
del mundo. ¿Estamos preparados para ello?
Jesús Rodríguez Arias
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