lunes, 5 de mayo de 2025

Sin luz

 



Vivimos en una sociedad dependiente a la electricidad, a estar permanentemente interconectados, enganchados a las redes sociales, y cuando ocurre un apagón como el del pasado lunes se viven situaciones de pánico generalizado. Punto a parte son los casos importantes como las situaciones que se viven en hospitales, enfermos que necesitan de un aparato eléctrico para vivir, el caos que produce en la ciudad, la circulación, en la educación, los negocios y empresas, así como en los propios trabajadores, quedarse encerrado en un ascensor, en los trenes…

En el pueblo en el que por ahora residimos va todo un poco a contracorriente ya que este hecho, de suma importancia para el resto del mundo, se vivió por estos lares con calma chicha y salvo las empresas, locales de hostelería, consultorio médico y farmacia, ganaderos, los demás estaban más preocupados por lo que tenían metido en el congelador y hacer la comida, como dijo un chiquillo al salir del colegio: “¡¡Hoy nos jartamos de bocaíllos!!”.


Me imagino que la chavalería echaría más de menos el estar conectados a las redes, en jugar con los móviles, que en verdad lo que significa que no haya luz no en el pueblo sino en dos países completos como los que constituyen la Península Ibérica. Esto se une a los hijos del pueblo que tienen familiares mayores en esta localidad y que no se podían poner en contacto con ellos lo cual creó una angustiosa sensación.

Esta situación, a nivel general, hubiera sido distinta sino es gracias a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, FF.AA., servicios sanitarios y de emergencias, la mayoría de las autoridades, y el ejemplar comportamiento de los ciudadanos.

Pertenezco a una generación a los que la luz se les iba cada dos por tres. Que hemos encendido velas durante noches y noches, que la vida la hacíamos en casa, pero sobre todo en la calle donde con nuestros amigos del barrio jugábamos al fútbol, al coger, a los bolindres… Eran otros tiempos, pero benditos fueron. La televisión, en blanco y negro, se veía unas horas muy determinadas del día y no todos los programas eran aptos para todo el mundo. La radio se escuchaba siempre. Todavía recuerdo a mi madre, por la tarde, escuchando en la vieja radio verde, porque de ese color era la carcasa, a Elena Francis o tarareando alguna canción de Antonio Machín. Vivíamos en una sociedad en blanco y negro pero que cada uno de nosotros nos empeñábamos en darle color.

Esa parte de la juventud que está literalmente enganchada a lo tecnológico y cibernético debe haberlo pasado fatal. Conozco a unos cuantos jóvenes que casi no salen de su casa, el color de su tez es blanquecina tirando a monjil, que emiten sonidos onomatopéyicos que parecen hablan mediante algoritmos que reconozco no soy capaz de entender. Problema aparte es el denominado niño rata, casi no sale de su habitación enganchado a internet y videojuegos, que creen tener la verdad absoluta. No se les puede contradecir porque se alteran, ven tutoriales para encontrar trucos, deben ser el centro de atención, gustos en redes sociales.

El apagón nos dejó a oscuras y tendrá sus lógicas consecuencias o al menos así debería ser. ¿Pero a nosotros, a nuestro yo interior, también nos dejó a oscuras? Si es así, a lo mejor habría que buscar más lo espiritual y dejar lo material que nos consume y hace presos aparcado de nuestras vidas.

Jesús nos exhortó a ser luz del mundo. ¿Estamos preparados para ello?

Jesús Rodríguez Arias


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